Por Joaquín Ramírez
Estaba
trabajando con sus manos, cosechando la fruta del sur del país. No era su
tierra, había nacido en el norte, a pocos kilómetros de Bolivia, en Tartagal.
Era guaraní. En esos páramos donde vivía no abunda el empleo, la salida es
volar de trabajador golondrina. Un reclutador de laburantes lo había convencido
de una mejor paga que la última vez, allá en Río Negro, con dudas terminó
aceptando. Pero ya en el lugar les comunicaron que pagarían mucho menos de lo
convenido, 800 pesos terminarían en su bolsillo, ya angosto, para ir calmando
los ánimos. La empresa lo quería botón, ponerlo de mediador con el resto de los
trabajadores, pero se equivocaban. Daniel Solano no era de esos, el era uno más
de todos, muchos también curtidos salteños, jujeños, bolivianos y así. La bronca
saltó, no había otra. Las promesas incumplidas no pasan impunes, los
trabajadores de la Argentina
profunda, los invisibles, también se rebelan. Así fue que la palabra paro
empezó a circular entre estos laburantes de la fruta. El lunes 7 de noviembre del
2011 era la fecha clave, se haría sentir la fuerza obrera y el organizador de
la rebelión era nada menos que Daniel. Confundidos estaban esos capataces que
lo creyeron de los suyos. Antes de aquel día, el sábado 5, algunos, entre ellos
él, decidieron salir a divertirse un poco, venía pesada la tensión. Eligieron
“Macuba”, un boliche de la zona. El lugar sería una boca de lobos, la trampa
perfecta. Los primeros golpes, a las tres de la mañana, fueron adentro, los
policías lo sacarían a la fuerza hacia la vereda. A la vuelta del local vendría
la golpiza más dura, ahí esperaban otros cobardes de azul para patearlo y darle
de trompadas por todo el cuerpo. Luego a los golpes también lo subirían a la
camioneta de policía con rumbo incierto. El destino fue la llamada Isla 92, de
día un balneario, de noche tierra de oscuridad. Nunca más se vió a Daniel. Esa
policía es la fuerza de seguridad de la empresa a la que él y los suyos
pensaban hacerle la huelga, Agrocosecha, perteneciente a la multinacional Expofrut.
Los capitalistas no toleraron semejante insubordinación.
Hoy hay
siete policías procesados, no así los responsables de la empresa, tampoco los
cómplices dueños del boliche. Un rastrillaje encontró las zapatillas y su
billetera, pruebas que en manos de la misma policía también desaparecieron.
Gualberto
Solano, el padre, se encuentra en Choele Choel con otros familiares,
abandonaron Tartagal rumbo a Río Negro en busca de su hijo y con el reclamo de
justicia en la garganta. Ellos, junto a quienes los apoyan, la “Comisión de
solidaridad y apoyo a la familia Solano”, vienen llevando a cabo una campaña
que instaló el rostro de Daniel por las calles de Choele Choel. El último 5 de
noviembre a un año de la desaparición, una importante marcha recorrió las
calles de la ciudad exigiendo justicia. Ya nada es igual en ese lugar. Daniel
ya es bandera para los trabajadores del campo. Daniel no significa que no se
puede pelear, significa que la lucha es dura, pero más justa que nunca.
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